Te cuento: Edulcorante.
Bueno, con mate y a la vereda. El viejo ritual adaptado a las circunstancias: con mate y acá al escaloncito de la puerta. Me voy a tener que conformar. Un pasillo en vez de una calle. Será. Y bueno, peor es nada. El silencio retumba en todas las paredes. Huele a limpio, a demasiado limpio, y todo el mundo compra papel higiénico. Más eso que otra cosa me hace pensar en un apocalipsis. Está todo muy raro, decían que no iba a ser para tanto, pero decían como tantas otras cosas que decían y desdijeron. Bueno, esto no necesitó ser desdicho, porque se desdijo solo. En un rato, los vecinos van a aplaudir y no sé si es por los médicos, por los basureros o por esa sensación de amparo que da la colectividad. Estamos todos en la misma, todos los que aplaudimos. No sé si decir que algún día nos acordaremos de esto y nos reiremos porque, por primera vez, me es incierto. Qué estará pasando en la vereda; gente no se ve; autos, muy pocos. Algún que otro perro solitario sin comprender todavía qué habrá pasado. Sabrán. Pero el árbol de la puerta va a florecer igual.
Qué estamos, 1 de mayo. Día del trabajador. Ni enterada que era
feriado. Qué ironía, hace dos meses y pico que me es feriado. Pierde la gracia,
y hasta duele un poco.
Pasó una
persona por la vereda con un coso de esos para tapar la boca. Para tanto, será.
No creo que lleguemos a usarlos. Más bien, quiero creer que no vamos a llegar a
usarlos. Se suponía que no iban a llegar
a ser cuarenta días y cuántos van. Ni quiero saber. Mejor no pensar. Un día a
la vez. Un mate a la vez, hasta que todo pase.
El mate está
frío y la espera es amarga. Habrá que ponerle edulcorante.
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