Te cuento: Nimiedades

 


Bueno, a ver. Acá estamos. Una obviedad. Todavía no empecé, no se impaciente. La fuente. El pasto. Los árboles. Tres obviedades. Bueno, es una plaza, es lo que veo. Está bien, pero no alcanza. Bueno. A ver. Qué podrá ser. Ah, ya sé. El agua seca. Si, claro. Encima con pretensiones. De qué habla. Eso ya se hizo, ya se pensó. Es pretencioso. El sueño despierto, el invierno caliente, lo visible invisible. Bueno, pero es una idea. Una mala idea. Una idea al fin. Una idea como tantas. Está bien, sigo pensando. La bicicleta roja. La muchacha de la bicicleta roja. El auto gris. El bocinazo del auto gris. Injurias. Y si, yo también injuriaría así, se maneja tan mal hoy en día. Recuerdos. El accidente que no ocurrió. Pretencioso. Bueno, no sé qué pretende. Que siga buscando, hombre. El hombre. El hombre solitario. Usted. No, yo no, señor, el que va ahí caminando. El hombre y el perro. Claro, el viejo y el mar, también, sea un poco más original. El perro de los cien años. Va mejorando, va mejorando. El hombre ciego y el perro de los cien años. Demasiado largo. Los ojos del hombre ciego. Qué verán. Pregúntele a Saramago. La calle vacía. ¿Dice usted? ¿Eso verán? El hombre ciego que maneja. Cómo que maneja. El celular del hombre ciego que maneja. Demasiado largo, de nuevo. El hombre ciego y. Uh. Los ojos cerrados del hombre solitario. Era el hombre ciego. No, el hombre solitario, vengo a ser yo, hombre. Los ojos cerrados. Los ojos cerrados que no quieren ver. Las sirenas. ¿Las de Odiseo? No, las de la ambulancia. Los ladridos del perro. Gracias al cielo, ladra el perro. Uh. Más sirenas. Siga probando, hombre. No me puedo concentrar, acaba de accidentarse un hombre ciego, qué pretende. Bueno, sosiéguese, hombre, y siga buscando. Cuánta urgencia, señor, ni que estuviera usted manejando una de las ambulancias. Es que se le acaba el tiempo. Es verdad. Y no va a encontrar tema para su novela, su inmortalidad. Más bien, no sé si yo me quedo sin tiempo o si es el tiempo el que se queda sin mí. Usted no es tan importante para El Tiempo. Ahí va usted con razón. Escríbale a su hijo. Para qué. Para escribir sobre lo que suceda. Nada sucedería, él hace su vida y no le quedan mates para mí. Escriba sobre su nieta, entonces. No la conozco. Pero la imagina. Una vez más, tiene usted razón. Ya tengo mi título. Cuál será.

- Buen día, señor, disculpe. ¿Usted vio el accidente?

- Buen día, oficial. ¿Qué accidente?

- El que aconteció recientemente en esta misma esquina.

- ¿Hubo un accidente? Discúlpeme, no puedo ayudarlo, es que me estoy quedando ciego.

- Ah, no se preocupe. ¿Necesita que lo acompañemos a su casa?

- Se agradece, se agradece, pero estoy bien aquí sentado solo. No se preocupe, después pasa mi hijo a buscarme.

- Como prefiera, señor. Le agradezco por su tiempo.

Tiempo, justo lo que nos falta. Qué buen mentiroso resultó ser. No sé si agradecerle o maldecirle. Lo mismo da, pierde usted tiempo en nimiedades. Entonces, mejor empiezo a escribir.


La Maga.


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