Te cuento: Los martillazos del Domingo.
No sé cómo se llama. Martillo, debe ser. Lo
que golpea a la campana por dentro. Un coso de metal. Debe ser martillo, creo
que si.
Los domingos suena a las 8:30, 8:35 y 8:40.
Sin falta. Todos los domingos a la mañana. Por ahí, en otro momento sonaría más
veces, pero ahora, con las restricciones, los protocolos y demás, con esas tres
campanadas ya junta a todos los feligreses necesarios. No hay más lugar. Para
qué más campanadas, entonces. Pero con tres basta y sobra. Me despierto. Me
despiertan. Y si no fuera porque a las siete de la mañana, aunque quiera dormir
más, ya no puedo cerrar los ojos, me despertarían peor. Son como tres
martillazos a la cabeza cada domingo. Martillo, debe ser. No sé cómo se llama.
La primera semana fue más anecdótico. Entre
toda la mudanza, casi no le presté atención. Ah, te mudaste. Si, si, me mudé,
una casa más grande. Ah, antes era un departamento. Claro. Ahora no doy abasto.
Antes era una barridita, hacer las camas, cocinar. Ahora con el patio, las
piezas, no doy abasto. Ya desde el primer día tuve que contratar a alguien que
limpie. Ojo, por ahí después, con el tiempo, los días, me acomodo. Aunque no
creo. Sinceramente, no creo. Y menos con los martillazos de los domingos.
Martillo, debe ser.
El primer domingo fue más anecdótico. Abrí
los ojos y, mientras esperaba a que se me apagaran los sueños de la noche,
escuché las campanadas. Insoportables, pero bien, un nuevo sonido de la casa,
pensé, algo a lo que acostumbrarme, algo que extrañe si me mudo de nuevo. Bien,
en lugar de sonar el termotanque, suena una campana de la iglesia de al lado.
Hasta poético, te diría. Si, algo así, qué sé yo. Poco común, pero bien, hasta
suena interesante si uno lo cuenta. Yo creo que se llama martillo.
La cuestión fue al segundo, tercer domingo.
Me imagino. Y claro, uno se junta con la familia, con los amigos, sábado a la
noche, comés algo, tranquilo, y el domingo pensás hoy duermo hasta que vuelva
la cuarentena. Pero igual te despertás a las siete de la mañana, igual te hacen
una lobotomía las campanadas. Las tres. 8:30. 8:35. 8:40. Qué necesidad. Los
fieles verdaderos deberían saber a qué hora tienen que ir sin necesidad de
señales sonoras. Insoportables, pero bueno, no, ya bueno nada. Me puse a
inspeccionar y la vi. Está justo encima de mi habitación. Uh, justo encima.
Justo encima. Con razón, pensé, sino no era lógico que molestara tanto. Habría
que buscar si se llama martillo.
Era martes, y miércoles, y viernes, y me
puse a pensar. Es todo culpa del martillo. Supongamos que se llama martillo. Es
eso lo que golpea al metal, es eso lo que genera la onda sonora. Es eso, o
quitar la campana, pero no se me ocurría cómo bajarla discretamente por las
escaleras. Y dónde dejarla después, en el patio no entra. En la plaza, cual
monumento postmoderno, qué sé yo. Debería haberlo intentado, ahora que lo
pienso, pero no. Muy pesada. Envolver la campana en el papel ese con burbujas,
¿cómo se llama? ¿film alveolar? Bueno, eso tampoco solucionaba nada, a lo sumo
campanadas más leves. Muy obvio. Algún cura aprovechándolo para quitarse el
estrés. No. Tenía que ser otra cosa.
¿Será martillo?
El sábado de madrugada me iluminé. No sé,
habrá sido la helada. Hubo helada, ¿viste? Terrible, el frío. Pero después sale
el sol y afloja. Poliuretano expandido. No sé qué es eso. Viene en aerosol. Lo
ponés y se expande por el martillo, y el martillo apenas si puede rozar la
campana. No se escucha nada. Pero para qué sirve. Se usa en edificios, cuando
queda alguna grieta entre la pared y el techo, o una bisagra, o algo así, eso
se expande y lo rellena y no se filtra más frío, insectos, nada. Poliuretano
expandido. Igual, no en todo el martillo, en una parte. En la parte de arriba,
a no ser que te metas adentro de la campana, no lo ves. Martillo, debe ser.
Y listo. Chau, campana. Mejor dicho, la
campana quedó ahí, pero chau bombardeo. Mañanas de domingo en paz de puramente
nada. La felicidad hecha domingo. Poliuretano expandido. En realidad, no sé si
fue por el poliuretano expandido o por la fase dos que no se escuchó más. Habrán sido las dos cosas, la cuestión es que
el problema se solucionó definitivamente. Chau, picho. Qué bueno, ¿no? Si,
realmente. Esperá acá un ratito hasta que el pelo te tome el color, y lo enjuagamos.
Dale, buenísimo.
- - ¿Cortamos lo de siempre?
- - Si, dale. No te entusiasmes con
el flequillo. ¿Vos cómo te llamás, en realidad?
- - Leopoldo. Juan Leopoldo.
- - Ah, mirá. No se me hubiera
ocurrido. Es un buen nombre para un personaje de un cuento. Tendría que escribir
un cuento sobre un Leopoldo que conspira para silenciar la campana de una
iglesia. Pero ¿cómo se llama lo que golpea por dentro a una campana?
La Maga.
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