Te cuento: Lo más prolijamente posible.
Y el papel. Ese
papel, el blanco, el chiquito. Ese papel arrugado, arruinado, lo más
prolijamente posible. El papel imperdible, el imprescindible, el que era para
ella, el que requería más valor del que había logrado reunir. Pero lo llevaba
en la libreta, con tantos otros menos importantes, en la libreta de ventas, no
sea cosa de que la cruzara y no se la diera. Que las circunstancias lo empujen,
que nada lo detenga. La libreta en la mano, la mano en la bicicleta.
Alpargatas. Pero ella no compraba alpargatas, ella no usaba alpargatas, pero él
tampoco. Él llevaba traje, a riesgo de arrugarlo, de arruinarlo, lo más
prolijamente posible. En el cuello, la corbata; en el saco, un bolsillo; en el
bolsillo, lapiceras. No sea cosa que se inspirara y no escribiera. Que las
circunstancias lo empujen, que nada lo detenga.
Y el encuentro.
Ella, su perfume, sonrisas y palabras no dichas. Esenciales, pero no dichas. La
cámara fotográfica que le acababan de regalar. Una foto inesperada. Paupérrima.
Pero ella feliz. Suficiente, pero no demasiado. El momento. El que había
esperado. El papel, el imperdible, el imprescindible.
“No tengo nada que darte, más que todas mis palabras”.
La pregunta
dibujada en su cara. Curiosa frase, parece que pensara, se ve en sus ojos,
reflejados a la vez en la sombra de duda en la sonrisa de él. No comprendió.
Las palabras amontonadas en las cuerdas vocales y retenidas por el silencio
denso, furtivo, incómodo. El papel, el imperdible, el imprescindible,
posiblemente perdiendo valor. El alma de él, sus palabras, todas sus palabras,
dedicadas únicamente a ella.
“Pero…”, dice,
“pero ¿entendés?”. Respira como puede, ella todavía con la incógnita entre los
párpados, imaginando una historia en la frase, sin comprender su propio
protagonismo.
La mira, la contempla, la ama. Suelta la libreta, suelta sus palabras, por el
sencillo lujo de intentar acariciarla. Lo intenta, lo logra. Y entonces, sin
palabras, ella comprende. Las palabras, el sueño.
El sueño que él venía soñando. Sueños a color, fotos en blanco y negro, y la
fuerte sospecha de que mi mera existencia indica que era sin dudas inexorable,
que ese papel, el imperdible, el imprescindible, el que era para ella, encontró
su destino.
Y todo lo demás
se precipitó irremediablemente. Porque las circunstancias nos empujan, porque
nada nos detiene.
La Maga.
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