Te cuento: Sal.
Hay sal. Hay sal en el aire y en todo lo demás, aunque sin querer, aunque sin presión. Hay sal invisible en la arena, en la tierra. Hay sal bajo mis pies, y cruje. Cruje el viento, imitando a la sal. Crujen mis dientes en respuesta al viento. Cruje el mar allá, lejos. Pero su sal me marea de la misma forma cuando intento caminar, cuando sigo caminando. Cruje el sol que quiebra la tierra y me seca las manos, llenas de sal. Crujen las nubes, pero más bajito, tan bajito que no se llega a escuchar. Así caminan, en el cielo, pero sin atreverse a plantarse en el centro de la escena. En el centro, siempre el sol. Por las dudas.
Cruje el cielo en sueños de colores que, por hoy, son azules; pero cruje en destellos. Cruje en sitios así, donde nadie oye los crujidos, porque nunca hay nadie. No supo haber nadie, no sabía haber nadie. Nunca hay nadie, pero hoy estoy yo.
Cruje mi boca porque hay sal en mi lengua, que apenas recupera el recuerdo: cómo formular sonidos, cómo dibujar palabras. Cómo se escribía mi nombre entre los dientes, en cuerdas vocales, cómo se dice con la voz, porque no lo recuerdo. Si es que tuve uno, sospecho que tuve uno, sabe a un sueño que se diluye, pero no hay forma de recordar ni cómo suena, ni cómo huele. Más bien, cómo sonaba mi nombre en voces ajenas, en mi propia voz, cómo acariciaba o hería oídos, cómo tronaba, cómo rozaba. Cómo crujía mi nombre, cómo cruje mi nombre en la sal.
Crujen mis pies queriendo caminar de nuevo. Hay una huella, hubo cuatro ruedas, habrá sal. Pero no hay a dónde ir, en todo caso habrá a dónde llegar. La pregunta es si hubo donde fui bien recibida alguna vez, donde alguien haya reído o llorado mis deseos, mis canciones, mis libros, mis sueños. Donde alguien haya alguna vez reído o llorado mi nombre, que no hay forma de recordar ni cómo suena, ni cómo huele, ni cómo cruje en la sal, porque no lo recuerdo.
Crujen mis oídos, llenos de sal. Cruje el sonido de las olas y sus abrazos contundentes a la arena, que cruje y se aleja indiferente, mientras camino, alejándome, pero sin distanciarme del mar, que cruje con una voz que recuerdo como se recuerda un aroma de la infancia. El mar cruje, inmenso. Y sin entender cómo, me es más tangible, más real, más familiar, más mío que la tierra misma, que el viento que mueve mi pelo y las ramas de los molinos en un solo suspiro. Me es más lógico su azul que el del cielo, su movimiento que el de las nubes, su sal que la del aire. El mar cruje, inmenso, cruje en sitios así, donde nadie oye los crujidos, porque nunca hay nadie, pero ahora estoy yo.
Crujen mis pestañas, porque, aunque no quiera, parpadeo. Miro, miré todo el camino, y sigo mirando, recordando memorias incomprendidas que no sabía que guardaba. Hay sal en mis pestañas, y cruje mi mirada, por todo el tiempo que pasó apagada en ojos cerrados y sal. Hay sal en el mar y en las lágrimas, porque no hay a dónde ir, en todo caso habrá a dónde llegar. Hay lágrimas porque, aunque camine,
La pregunta es si hubo donde fui bien recibida alguna vez, donde alguien me recuerde de algún pasado que no recuerdo, y haya llorado mi pérdida, y vaya a llorar el reencuentro. Quien pregunte cómo llegaste y no comprenda el milagro. Porque yo tampoco comprendo en qué mar, en qué mes, me perdí. Tampoco comprendo la orilla, la arena, el rechazo del mar, el crujido constante, la arena y la sal que me cubren como me cubre la piel. Tampoco comprendo esta peregrinación sin fe que me aleja de lo que todavía amo, aunque no me pertenezca; que me aleja del crujido que conozco, el del mar, y me sumerge en la desolación, en el vacío, en el oxígeno. Que me es incómoda pero irremediable. Que me lleva a la vida que tal vez alguna vez tuve.
Tampoco comprendo la historia que me habrán de contar como propia, o la voz que vaya a surgir cuando abra la garganta, o el nombre que busque invocarme en una sola palabra. Cómo habrá de sonar mi nombre, mi historia, mi identidad, en voces ajenas, en mi propia voz, cuando llegue a algún sitio y me encuentre algún alguien. Cómo habrá de acariciar o herir oídos, cómo habrá de tronar, cómo habrá de rozar, cómo habrá de crujir mi nombre cuando ya no quede sal.
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