Te cuento: Tema libre.
Después de tantos días de vértigo y presión laboral, por fin encontró unos minutos para regalarse un licuado y una porción de torta, pequeña recompensa por los logros alcanzados, por haber llegado viva a mediados de octubre, al viernessábadodomingo del año. Pronto, habría que decorarlo todo de nuevo. Pronto, volvería a reencontrarse con la cena familiar que no había podido ser por aforos y protocolos. Por fin podría volver a ser. Su pelo rubio, largo y suave había pasado todo el día anudado, por lo que finalmente decidió soltarlo. Se quitó los lentes por un momento, cerró los ojos y buscó relajarse. Llevaba una pollera bordó ajustada a la cintura y una camisa blanca que la hacía ver joven y profesional. Sus zapatos de taco alto eran la combinación perfecta. Sentada en su mesa de siempre, sacó el libro de su cartera dispuesta a leer ni bien le hubieran tomado la orden. El perfume de las lavandas en la vereda se desplegaba por el lugar, así como la música y el aroma del café. Sin embargo, todo cambió en un ínfimo instante, cuando a través de la puerta vidriada distinguió la presencia de
Quién será, no alcanzo a ver. Si pudiera pararme, por qué no me indica que me pare. El silencio, la tensión, qué pudo haber pasado, jamás quedan las cosas así de inconclusas. Será hora de su cena, o almuerzo, o etcétera, pero a dormir no fue, no podría descansar sin concluir. Imaginate, queriendo dejar de imaginar para dormir. No, durmiendo no está. Cómo sé, no sé.
Me podré mover, porque tengo hambre.
Bueno, igual ya perdió la gracia descubrir quién irá a entrar, habrán pasado algunas horas. Bien, mis manos se mueven, mis pies también. No parece haber más nadie, a la mierda los zapatos, a quién se le ocurre tal tortura para un personaje como yo. Y menos mal que me di cuenta, ni pensar en quedarme ahí sentada todo el tiempo para tomar el mismo licuado de frutilla de siempre, la misma porción de torta, qué tortura. Por qué nunca un café, un té, un vaso de agua, vinagre, todo menos licuado.
Me podré parar, porque me duele la espalda.
Bien, camino mucho mejor sin zapatos, por qué jamás se le ocurre escribir que me saco los zapatos. Menos mal que me di cuenta, ni pensar en el insomnio de los monólogos internos. Me acuerdo ese día en el que noté su voz dictando ideas. Al principio pasaba un poco por conciencia, pero después. Se había empecinado con mechar feminismo y política en la narrativa, y el feminismo todavía se sentía natural en mí, pero ya ideología política, discursos de ese tipo, militancia me parecía un exceso. Lo de los nombres fue un escándalo. La sutileza, viste, que requiera un poco de inteligencia al menos, no te digo un cifrado illuminati, pero a ver. Un escándalo. La vereda está fría, el atardecer de la ciudad es hermoso, cómo sería la hora lila en el mar. Casi no hay gente, pocos habrán descubierto que igual pueden moverse. Hay una cuestión extraordinaria en el asfalto frío y áspero bajo mis pies. Libre albedrío, se diría.
Me podré escapar, porque quiero ser así,
libre. Y menos mal que me di cuenta de que cuando no indicaba nada me podía relajar. Estirar las piernas, contemplar lo que se me antojara. El problema fue el día que quise gritar, y grité, no por nada, mera libertad de expresión aleatoria, mis pulmones sonriendo, no sé. Grité porque nada y porque todo, y se sintió tan bien que tres días en tinieblas presuntamente durmiendo no supusieron ninguna tortura, más bien una buena coartada para dejar ser a mi sonrisa. De oreja a oreja, se diría. Siempre me había preguntado cómo habrá sido eso. En ese momento, lo supe. Hay un puesto de diarios que siempre supe, pero nunca vi.
Podré mirar, porque quiero saber.
Parece ridículo sorprenderse por la cantidad de colores y texturas que puede tener el papel. Amo las letras, qué placer leerlas de verdad, sin necesidad de prestar atención a una voz ajena que me persigue con nombres, ideologías e intolerancia. Casi que lo quero leer todo a la vez, qué belleza, qué lujo. Y menos mal que me di cuenta de un título entre todos los títulos. Prestigious writer found death at apartment.
Paul, se llama, parece. Se llamaba. No sabía que era famoso. Imaginaba que era hombre, sólo un hombre puede representar a una mujer con tantos estereotipos. Cómo habrá sido, cuántos habrán quedado atrás, hijos, padres, hermanos, amigos. Cuántas obras inconclusas, como la mía. De pronto, soy una obra inconclusa. Qué sensación extraña, cadenas que caen, presión que cede, un vacío que se expande, quién seré yo ahora que dejé de ser personaje. Camino, corro, salto en la vereda, aunque llueva, aunque no haya nada, porque las posibilidades son infinitas, pero quien elige por una vez soy yo. Por una vez, la primera, y todas las que le sigan.
Podré sentarme, porque me duele.
Mi pecho duele, mi corazón lucha, mi mano lo contiene. De pronto, todo es rojo, todo es tibio, todo duele. Un lápiz como una estaca en el pecho, sos vos, lo sé.
Todo se duerme, todo se va, todo se
No me hagas esto, no me
Apaga, todo se
Dejes.
Nunca supe cómo sería lidiar con la muerte de un personaje, menos de una mujer tan hermosa. Pero pensabas demasiado, una lástima. Doloroso, más de lo que esperaba.
En fin, hay una primera vez para todo.
La Maga.
¡Increíble! Este tipo de relatos donde se rompe la cuarta pared y con esa conclusión al final👏🏻👏🏻👏🏻 muy bueno.
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