Te cuento: La que se viene.

 


Y, al final, llega el último día. Se diría. 

Veintitrés horas. Habrá que leer hasta que se me cierren los ojos, y si quedo despierta, mejor. Pero antes, una lista de a quiénes visitar. Padres, abuelos, amigos cercanos, David, Mica, Sol, Fran. Que no me olvide de nadie, a ver, primos, padrinos, ahijado y hermanita del ahijado, compañeros de laburo, vecinos. Hasta, por momentos, creo que debería visitar hasta a quienes no aprecio realmente, sólo para disfrutar de odiarlos fervorosamente por última vez. Habrá a quienes deba llamar, a pesar del costo de la larga distancia, pero bueno, sabiendo la que se viene, no habrá a quién pagar, o por qué, o con qué, o cuándo, o

Quince horas. Mierda, me dormí. Habrá que desayunar y empezar el recorrido, visitar gente, lugares, todo lo que lamente que desaparezca sin más. No hay tiempo que perder, será la última vez que me arda el alma por un café apresurado, la última vez que me atore con migas de pan. La última vez que uso transporte público, la última vez que veo el Obelisco, o el teatro Colón, la última vez que recorro una librería. La última charla insufrible con mis padres sobre mi futuro. Ellos siguen como si nada, pero sabiendo la que se viene, casi que no quiero dejar de abrazarlos. Pero no hay tiempo que perder, será la última vez que mi abuela me diga estás muy flaca, comé, la última vez que me persigan los electrodomésticos.

Siete horas. Pareciera que, aunque no quiera, pasa más rápido. Habrá que tomar mates con las chicas, con los que quedaron del grupo de la facu, con los del laburo. No hay tiempo que perder, será la última vez que se me lave el mate, la última vez que diga gracias sin pensar y me tome un par de rondas sentirme vilmente salteada. Pero sabiendo la que se viene, se vuelve apenas otro detalle de color. Será la última vez que olvidemos la lona, que no le tirás un poquito de yerba, que no tenías que vaciarlo del todo. La última vez que, al volver a casa continúe riendo por sus ocurrencias, o el chusmerío, o los amores. Hay que tener estómago.

Cuatro horas. El despertador eléctrico me lo recuerda, tanto como el microondas, la televisión y todas las otras pantallas luminosas. Es increíble cómo ha avanzado la tecnología, cómo se han sofisticado los sistemas, cómo todo parece progresar. De pronto, recordé esa primera noticia acerca del riesgo que suponía una verdad elemental: los sistemas fueron creados por personas. Las personas fallan. Los sistemas fallan. Es la última vez que me envuelvo en cremas, que me paso un peine fino, que elijo ropa para ponerme. Pero, sabiendo la que se viene, he aquí una excepción. Es la primera vez que elijo ropa para el fin del mundo.

Dos horas. No hay más nadie, no quiero ser testigo de agonías ajenas. Me preocupa Gala, aunque su existencia está tan sujeta al apocalipsis como la mía, cabe suponer. Le sirvo comida, me sirvo una copa de vino y me siento en el suelo, a su lado. Me lame la mano y se acuesta con la cabeza sobre mi pierna. Qué lindo, no saber y vivir. Aprendimos todo mal, Gala. La muerte no es la excepción, es la regla. Dos horas, recuerda el señor del noticiero, y todas las otras pantallas luminosas. Un mal augurio, una amenaza. Se supo, se sabía, nadie consideró el tema del cambio de milenio, y acá estamos, Gala, al borde del colapso, del apocalipsis, del fin de todo. Será cuestión de leer y de lo inexorable, el paso del tiempo y lo que sea que tenga que ser. Yo leo, Gala, y te acaricio, y vos sabé que sos la mejor compañía que pude haber tenido. Yo leo, y te quiero, pero sabiendo la que se viene, leo porque prefiero no saber el momento exacto en el que 31 DIC 99 se vuelve aniquilación. Asique no miro. Te quiero. Yo leo.

Gala, por qué no pasa nada, qué hora es. Gala mueve la cola, se estira, huele su comida y come, acostada. Como si nada. Se me acabó el libro, pero es extraño. Escuché fuegos artificiales, risas, música; esperé gritos y catástrofes que nunca llegaron. No quiero mirar los sistemas que fallan, pero miro y son las dos de la mañana y, a pesar de eso, todo sigue como si nada. Miro con renovada incredulidad. 01 ENE 00. Mirá vos, se podía, entonces. Pero bueno, igual no estuve tan equivocada, en parte tuve razón, sabiendo la que se venía. Podría haber pasado, pero decidió no pasar. No hay que averiguar. Lo único inexorable al final parece ser como decía yo. El tiempo, Gala. El tiempo.

La Maga.

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